Bartolomé Macías o José Bartolomeo Macías, qué más da. Dos penales en el buche y un gol que...SE DIRA QUE que no es muy literario ni paquete, lo cual es cierto. Que desde el punto de vista de la Teoría del Conocimiento es burdo y vulgar. Mucho más cierto. Pero históricamente no hay registrada una sola gorda que haya cabido adentro del corsé sin que se le salga por lo menos aunque sea un poquitín de un rollito y criminológicamente es tan infalible que hasta Sherlock Colmes se hizo famoso gracias a esto. Y es justamente este pragmatismo de entrecasa lo que lleva siempre a buscar lejos de los titulares estrepitosos, en los rincones más alejados y de tipografía más chica de las páginas, porque es por allí donde suelen aparecer las botellitas tiradas al mar por los contestatarios que no cejan en su esperanza y prédica. Lo que ocurrió es que a punto seguido de la cursilería y la infamia engañadora, sin ningún cuidado, la crónica muy burda y técnicamente mal hecha de Noticias Gráficas, uno de los rotativos al que le cupo en este caso un papel más bien para envolver de a media docena los huevos de gallina, no sólo lo hace tropezar al chico, rodar, el mayor que lo lleva y quiere inútilmente rescatarlo agachándose y manoteando, pero no se sabe más de él, sino que el adolescente ya cadáver queda en el suelo para siempre, obvio, caído, claro, por supuesto, pero “al pie de las barras tubulares que sirven para limitar la entrada de la gente”, textual, función que cumplen, primero que nada cuando el público entra, con perdón de la obviedad.
Pero el partido había terminado y si alguien que está leyendo y es memorioso empieza a sentir alguna molestia y cree que le están metiendo el dedo en la boca porque esto no es junio de 1968, en la Puerta 12, sino julio de 1944 en la ficticia Puerta 11 para ponerle un nombre a lo que no lo tiene, está en lo correcto: es el domingo 2 de julio de 1944, pero la Puerta 12 ya ha empezado a ocurrir con seis muertes en esos primerísimos minutos y tres más con el correr de los días inmediatamente siguientes, preludiando las otras 71 que vendrán venticuatro años después en un hecho que si no fue en el mismo lugar le pega en el poste, casi calcado en la mecánica y cuyas diferencias se verán enseguida. Para coronarse, encima, con las 194 de República Cromañón a fines del 2004, ya que estas tres catástrofes están vertebradas, entre otros motivos, por la inoperancia, corrupción, desidia y desconsideración oficiales hacia los ciudadanos, sin contar con el papel siempre estelar de la policía.
La Razón del mismo día, pero a la tarde, con toda la tapa siempre dedicada al implacable avance aliado y el inminente desmoronamiento del IIIer Reich, la cabeza de la página 7 en su formato sábana no retaceaba en equívocos al titular a todo lo ancho:
LAS PASARELAS FUERON EL FILTRO TRAGICO
y enseguida, más abajo, con esa línea de diagramación de separar sólo con un apenas un guioncito a lo que venía más abajo, con tipografía más chica, a guisa de subtítulo, volanta o bajada, esto otro:
LAS VICTIMAS COINCIDEN EN SUS RELATOS EN LLAMAR
LA ATENCION SOBRE LAS BARANDAS Y LA PUERTA
En la misma página, en un recuadro muy chico donde la disposición gráfica suplía a lo catastrófico de las grandes tipografías y los cuerpos densos, el título era todo un editorial y clavaba la pica en Flandes:
¿ESTABAN CERRADAS LAS PUERTAS?
Los grandes interrogantes metafísicos siempre han sido sinónimos de no muy buen periodismo, pero a esta altura cabe preguntarse, más que seriamente, a qué llamaba accidente el cretinismo oficial encabezado por las autoridades de toda laya. Porque las famosas puertas rebatibles, igualito que si estuviéramos en 1968, estaban cerradas. No esa solamente, sino todas. Como era costumbre y queda documentado más adelante. A tal punto que en un cuerpo de crónica del mismo vespertino La Razón, al narrar de manera bastante confusa toda la confusión que había reinado para variar, lo cual no justifica el caos del discurso periodístico, se despacha en un momento con la desesperación de varios civiles y policías en terminar de desatrancar a las dichosas puertas, salidas de los carriles bajos, a nivel de vereda, y reventados arriba, en el carril superior, por el peso de la muchedumbre aplastada que había intentado pasar a pesar de todo, y así tratar de liberar a la mayor cantidad de gente posible y menguar las víctimas de todo tipo.