Cinco santos, pero no tanto: Imbelloni, Farro, Pontoni, Martino y Silva. ¡Basta! SE PUEDE ARGUMENTAR con toda razón que salvo una relación directa espacio/tiempo no hay causales para el objetado arbitraje haya desencadenado lo que desencadenó. Esto tomando en cuenta que salvo excepciones muy lustrosas, como son los servicios de inteligencia de todo tipo y algún jubilado ricachón, nadie lee toda la prensa del día y además lo contingente, la urgencia del suceso, no permite la decantación. Ahora, con el tiempo transcurrido, si se toma a La Nación primero y La Razón después, ésta con mayor énfasis y detalles, tomando en cuenta la media lengua vigente con esa dictadura militar, aparece que sin ningún destacado de tipografía, subrayados itálicos, negritas o lo que sea, metidos como al tuntún en medio de cuerpos de nota narrativamente bastante caóticos y desprolijos, no hubieran hecho saber sin comentarios de ninguna especie: en la escalera donde se armó el desbarranque, más precisamente en la explanada, había una puertita que daba a un pasillo que comunicaba por los interiores del estadio directamente a los vestuarios de los jugadores y al del árbitro y sus líneas. Sin mayores miramientos ni pedir permiso ni audiencia por allí se mandó un grueso contingente de cuervos se supone que enardecidos, no para hacer visitas de cortesía, que ninguna de las publicaciones especificó la cantidad. La Nación, y en su edición del día siguiente del hecho, pero en el pase a interior que hizo a la página 12, como un huérfano perdido por la mitad de la página, sí se encargó de consignar que se estacionaron frente al vestuario de Macías y todo hace suponer que no llegaron ni fueron con la intención de pedirle autógrafos. Con los datos concretos así desperdigados, persiste como un moscardón el curioso y afiatado unísono de toda la prensa que la catarata humana se desbarrancó de pronto, achacándole, como vimos, al pobre chico Pintado la culpa de hacer de tapón, encima de lo poco y para nada bien que había vivido, pero esto está allá abajo, al nivel de calle y ahí arriba nadies, curiosamente, se preocupó de especificar en concreto, cuál fue el gatillo, qué hizo de detonante dejando la lamentable y cómplice psicosis de prisa de Botana & Co.. Por lo que se puede alcanzar a colegir es el descubrimiento repentino de la puerta y el pasadizo hacia lo deseado y prohibido, casual o ya conocido por los hinchas viejos, fue la causal de lo que desató la furia policial y la desbandada masiva surge como mucho más racional y probable que todos los sandeces sentimentaloides y distractivos con que se llenaron páginas, más todas las asquerosidades juntas que se dijeron, empezando por los dirigentes y funcionarios de todo calibre.
No hay una sola línea, una sola letra, salvo lo ya apuntado de La Nación, de una manera no curiosa por tratarse del diario que se trata y la política que siempre mantuvo. La estructura clásica del periodismo alemán tamaño sábana, con cortes de las notas principales y pases a páginas interiores, hizo que la mención citada, del mismo lunes 3 de julio, fuera de la nota principal de tapa, y apareciera continuando recién en la página 12, 4ª columna, como ya se dijo antes, perdida en el fárrago de datos y encima atribuida a un testigo que más que curiosamente no se identifica, un recurso típico y manido en la profesión para hablar desde el diario por boca de otros y se viene la tormenta de la represalia y la represión argumentar el apuro, los dislates en la transcripción, que eran pichoncitos de reporteros y que todavía no manejaban bien la taquigrafía porque no había grabadores:
-Una parte del público en el sitio donde yo estaba –dice el gentil y parlanchín NN que aparece de pronto y sin que nadie lo haya invitado- hacía algunas apreciaciones agudas contra el juez que dirigió el encuentro. Al final del pasillo por donde salía la gente existe una puerta que conduce a los vestuarios de los jugadores y del ya mencionado juez.
Obvio, el resalto no es del original y el anónimo aportador de datos continuó, total era gratis:
-Un grupo numeroso de personas –añadió- se colocó frente al camino que conduce a los vestuarios clamando contra el árbitro. Entretanto, otras iban bajando presurosamente en busca de la vía pública. En eso, todo aquel grupo se volcó también hacia la escalinata y transformado todo en verdadera avalancha.
Repitamos: “En eso, todo aquel grupo se volcó también hacia la escalinata y transformado todo en verdadera avalancha...” No aclarar que oscurece. Sobre todo cuando entre la tribuna Centenario y los vestuarios, que están a nivel de calle, hay mucho más que un piso de diferencia, y de la tremolina que se pudo haber armado en vestuarios y alrededores no pudo haber muerto nadie porque la masacre fue contra la puerta cerrada y los bretes. Pero siempre todo tiene que ser súbito, misterioso, inexplicable, irracional, neblinoso, producto de fuerzas ingobernables.