12.10.2006

SALTA LA LIEBRE

A silencio de parte, relevo de pruebas. Acá está uno de los caracoles que de prepo los milicos del Proceso le plantificaron al Monumental para que la FIFA lo habilitara con vistas al Mundial 78 porque los accesos eran peor que los de un gallinero. Después de 40 años y 80 muertos era hora que los burócratas se dieran cuenta, ¿no?

ESTOS DATOS APARENTEMENTE fútiles van a entrar en combustión con otros que habían sido publicados dos días antes. La misma Crítica, pero del lunes 3, en el medio del desbarajuste del cuerpo de nota de la página 5, escupiendo contra el cielo o quizá deslizando el caballo de Troya, recoge el testimonio del agente Adolfo Oscar Acevedo, de 27 años, al que no le cabía una hematoma y era solamente uno de los policías heridos de los varios que hubo, al revés de la Puerta 12, donde no hubo ninguno. ¿A santo de qué uniformados con lesiones? ¿Por qué en el medio de la gente? ¿Qué estaban haciendo? ¿Eran también hinchas de San Lorenzo y no habían tenido tiempo de sacarse el uniforme?

El testimonio no tiene desperdicio y bien le podría servido de fuente de inspiración a Julio Cortázar para componer a su fotógrafo protagonista de Continuidad de los parques, cuando del papel emulsionado en la cubeta con ácido ve emerger paulatinamente la escena del crimen que no había visto por el objetivo cuando apretó el obturador. Es necesario aclarar que el cronista cree imprescindible dejar sentado que el grado de amoretonamiento del pobre es tal que “según los médicos que lo asisten presenta características que pueden ilustrar un nuevo tratado de patología.” Lo puesto en boca del aporreado, al que deberían dolerle hasta las cejas, está puesto en periodístico culto de la época y hay que bancárselo, además de traducirlo simultáneamente:

-El clamor de la multitud me indujo a intentar una intervención creyendo que se trataba de una de las habituales incidencias de las canchas de fútbol –dice el servidor público sin por supuesto aclarar qué es lo habitual porque el partido ha terminado, no hay hinchadas contrarias en el mismo lugar y por la precisa topografía descripta más arriba lo que viene ahora –pero publicada dos días después-, para alguno que aunque sea una vez haya estado en cualquier tribuna y lo que significa intentar subir cuando están bien llenitas, aunque la gente se mantenga quieta como en misa, es para que fracase hasta Spider Man o Batman-. Creí, en efecto, que algún hincha exaltado promovía el desorden, pero al avanzar en sentido contrario por la escalera de salida, la masa humana que rodaba por los peldaños me arrastró con fuerza indescriptible.

Como es obvio, aquí el resaltado no es del original. Pero la “masa humana que rodaba” no estaba al comienzo sino que apareció después porque intentar semejante proeza no es un llamado del sentido del deber sino una tarzanada imposible de realizar. Ningún ser humano, salvo con las facultades mentales alteradas al narrar, puede “avanzar en sentido contrario” de semejante maraña, para colmo con varias toneladas de peso aumentadas por la velocidad del descenso.

Encima de golpeado no se le puede atribuir al más pisoteado que vino patero el engolamiento y la notoria falta de luces del cronista. Jamás pudo haber dicho eso textualmente, salvo que tuviera más hematomas en las circunvalaciones cerebrales que las “anchas contusiones moradas” que le condecoraban el pecho. Ahora el que estaba sí afectado era el hombre del lápiz y la libretita, sin duda. No se puede concebir, con la sola distancia de espacio/tiempo de un punto seguido que alguien pase de ser inducido por el clamor de una multitud a creer, para colmo en efecto, que es un loquito suelto haciendo quilombo y encima se mande para arriba a todo galope, siguiendo a su infalible instinto, sentido del deber y adiestramiento, lo más campante, cuando lo que viene bajando es lo más parecido a un dique roto en una película de terror en los estudios de la Paramount.
NO SE NECESITA ser un sabueso para darse cuenta que la densidad de gente, cuando Acevedo advierte que más arriba se está armando la gorda e inicia el intento de escalada, era la normal. Más: menos que la normal. Y que sus condiciones y vocación de policía no se equivocaron con que más arriba había un quilombo de órdago y que su deber estaba en tratar de correr en apoyo y auxilio de sus camaradas. Sólo que al dar vuelta el primer codo, allá arriba el revoltijo fue tal que salió la estampida hacia abajo para tratar de salvar el lomo de los garrotazos primero y después el pellejo, a tal punto que se lo llevaron puesto como mascarón de proa. Al llegar el alud humano al nivel inferior fue que se encontraron con la buena nueva de la puerta cerrada y los bretes puestos.

¡Bingo!