A TODO ESTO, en un mar de citas, puede que para alguno no haya pasado desapercibido que brilla por su ausencia nada menos que El Gráfico de la familia Vigil, por aquel entonces bibliografía de cabecera de cuanto futbolero culto se preciara de tal. No, no ha habido olvido alguno ni traspapelamiento. Ocurría que tecnológicamente eran épocas de linotipo, de composición en caliente, como se decía, y salía los viernes.
Tuvo todo el tiempo del mundo para leerse todos los diarios y hacer todas las consultas pertinentes.
La edición llevó el Nº 1304 y no decía ni mu de lo sucedido. Tal vez porque ya habían pasado muchos días y muertos que no están frescos no son noticias. La tapa estaba dedicada a Rubén Bravo, un atildado y efectivo Nº 9 que no tardaría en ser vendido al Racing Club del triple campeonato, y al arquero Héctor Ricardo, ambos todavía en Rosario Central, quien también pasaría a huestes capitalinas, como arquero de Huracán, y cuya característica exótica para la época era ser el único que atajaba sin aquellas rodilleras con gruesos bastones de fieltros para protegerse en los porrazos de peladuras y raspones. En la página 3 aparecía toda una foto con bochófilos, uno de los deportes en boga de la época, y recién en la 8, con el título a dos columnas
RIVER SE AFIRMA EN
y una bajada en cuerpo mucho más chico, apenas si un punto más que el texto común, recién se enteraba de algo:
Un trágico accidente hizo olvidar el partido
Menos mal. Peor es nada.
Lo que viene después es de acuerdo a la escala moral de cada uno. Si no se entiende que el fútbol es fútbol y todo lo demás importa un carajo, es posible que se llegue a sentir hasta cierta repulsa. Ahora, desde el punto de vista testimonial, socioantropológico, como muestrario de los valores vigentes, es una joya invalorable. El autor, para colmo, una de las glorias, uno de los intocables del periodismo deportivo de la época: nada menos que Félix Daniel Frascara, (a) Frascarita.
Luego de afinar bien la bordona, comienza así su cuerpo de nota, escindiendo, viviseccionando dos mundos inconexos si no fuera por la pavada de una bandera en común y la correlación de las coordenadas espacio/tiempo: “Escribir sobre el partido... ¿Pero es que se puede escribir sobre el partido? ¿Alguien habrá quedado con ánimo para hablar de fútbol? La tragedia existió, fue real, costó varias vidas. Ya lo sabrán nuestros lectores: a la salida, en una de las escalinatas que llevan de la tribuna al exterior, se produjo una avalancha, rodaron algunos, quedaron otros apretados.” Semejante contundencia, lo taxativo de las afirmaciones, más la envergadura de un hombre como Frascara, a cualquiera le hubiera hecho pensar bueno, chau, este es el punto final, tiene razón, ya había ocho muertos, faltaba apenas uno para completar la que sería nómina total, pero no: punto y aparte y adelante con los faroles, cuatro páginas bien suculentas con el partido olvidado por el trágico accidente del titular apenas una línea antes en la diagramación, con detalles sutiles hasta en qué minuto del primer tiempo se le desató el botín izquierdo a Pedernera. ¿Penales no cobrados? ¿Posiciones dudosas en el gol del triunfo?
Esta intromisión en el mundo del fútbol es donde pitan los árbitros motivos de este trabajo, de ahí tratar de rastrear por qué los putean al dejar entrar a la realidad, incluso por qué los quieren matar sin asco, como va a suceder en febrero de 1972, en