12.10.2006

HASTA INVENTARON UNA PSICOSIS DE PRISA

El invento sociológico al paso de la Crítica de Natalio Botana.

ESTA VERDADERA PUERTA 11, que incluso físicamente nunca tuvo a bien ser perfectamente individualizada y por más de un indicio podría llegar a ser la misma que casi un cuarto de siglo después va a ser la mentada Puerta 12, ya que su ubicación jamás fue precisada con exactitud, oficialmente se debió a un afiatado coro que repitió que fue un simple, fatal accidente, no sólo sin responsables de ningún tipo cuando se estaban empezando a morir los últimos y todavía se seguían pisoteando los que trataban de zafar de la trama, sino que aparte fueron los culpables por la falta de educación y urbanidad de la plebe en general, en ese momento, como dejaron sentado los diarios con un mismo libreto o un solo cronista en algún despacho oficial de los golpistas que ocupaban el gobierno, ciudadanos aquejados por una “extraña psicosis de prisa” (sic), como sociologizó la Crítica de Natalio Botana ya a las 48 horas, a media página impar, como la causa verdadera, fenómeno que no había pasado desapercibido y que ya venía devanando los sesos de la Policía Federal porque incluso se había hecho presente un tiempito antes en Montevideo y Río de Janeiro, una inasible pandemia del modernismo y de las sociedades de avanzada que transformaba a sus habitantes en bestias irracionales, ciegas, capaces de machucar ancianos, mujeres y niños, incluso pasarles por arriba, y todo por lograr un sitio en el tranvía o el colectivo, una total insensibilidad hacia el prójimo con tal de alcanzar lo más rápido posible un medio de transporte colectivo de pasajeros que eran a todas luces escasos –decían, protestaban, para variar se quejaban constantemente- para abastecer al flujo ciudadano y poder volver lo antes posible a casa a disfrutar sin límites del merecido confort de las pantuflas tibiecitas como un nidito, el radioteatro cada vez más atrapante y los mates dulces con azúcar quemada, cascaritas de naranja y espuma.

Creer o reventar.

En el gobierno estaba el representante de turno de la logia filonazi del GOU (Grupo de Oficiales Unidos), general Edelmiro Julián Farell, oriundo de Lanús, ostentando el cargo de presidente de la república y el ojo atento a los últimos cables urgentes provenientes de la desolada Europa, a ver para qué lado caía la taba y declararle sobre el pucho la guerra al Eje, no enquistarse tanto con las potencias triunfadoras y no creyeran en la sincera neutralidad argentina que ni camisas pardas ni camisas negras, descamisados, como ya iban a ver, cuatro días después iba a jurar como vicepresidente el coronel Juan Domingo Perón ya en franco tren ascendente para signar la historia moderna del país, en la intendencia de la ciudad se encontraba el teniente coronel César R. Caccia, la AFA contaba como presidente al doctor Agustín Nicolás Matienzo, el Tribunal de Penas era a su vez presidido por el general Eduardo J. Avalos y al frente de la Policía Federal se hallaba el general Juan Filomeno Velazco, correntino y del GOU, pero particularmente de los incondicionales de Perón desde la primera hora, el mismo que el 17 de octubre del año siguiente va a bajar los puentes sobre el Riachuelo para que pueda acceder a la famosa plaza el más nutrido y populoso contingente de trabajadores de la zona sur, provenientes de las mayores concentraciones fabriles de entonces ubicadas en Gerli, Lanús, Avellaneda, Quilmes y Berazategui, como también el que tenía ese mismo cargo en 1946, en pleno flamante gobierno constitucional del ascendente líder sonriente en compañía del desertor radical Jazmín Hortensio Quijano, cuando en el Departamento Central de Policía, ya con plena vigencia la Tercera Posición de ni yanquis ni marxistas, ¡pe-ro-nis-tas!, se empezó por uno de los bandos, y al cantautor Roberto Héctor Chavero, ya conocido no sólo en el país por el seudónimo artístico de Atahualpa Yupanqui, durante varias sesiones de tortura le provocaron serios daños en la mano derecha, en articulaciones y falanges, algunos de ellos irreparables e irreversibles, al ponérsele debajo de una máquina de escribir y un uniformado saltarle arriba como un chimpancé jodón y/o enfurecido.